viernes, marzo 24, 2006

Un cuentito de Aida Bortnik

En marzo 1976 los dos teníamos 10 años... en diciembre de 1983 yo tenía 18 y Ami 17...

Vivimos la dictadura, con distinto grado de conciencia de lo que estaba pasando.


Gente querida de Ami, desapareció... entre ellos un señor que le enseñó una bella canción infantil, La gatita Carlota, que fue canción de cuna de nuestras 3 hijas, y que estimo que lo será también de nuestros nietos.
Ella conoció de cerca el "patio de atrás" que refiere el cuentito...

Yo, a pesar de que no conocí a ningún desaparecido (evidentemente vivía en el patio de adelante, el "de los actos"), tengo muchos recuerdos, muy vívidos, de aquella época, en la que el común denominador fue que me sentía (y efectivamente estaba), muy solo...
Para mi fortuna para el año ´78, encontré refugio en una revista que me llegó gracias a mi atracción innata hacia los chistes, la cual, amplió mi conciencia y me dio un enfoque de las cosas que hoy mantengo y del que me siento muy orgulloso.
Se trata de la revista Hum(R).

Hoy aprovechamos el día juntos y estamos muy contentos por el feriado... pero no solo por el fin de semana largo, sino mas bien, porque este día libre nos permite reflexionar en familia... porque gracias a esta movida que institucionalizó el "Día de la Memoria", nuestras hijas hablan en el colegio de esta historia (que al fin y al cabo es nuestra propia historia), aprenden, se interesan por saber... y el que sabe... está bien preparado para no caer en los mismos errores una y otra vez.

Como parte del ejercicio de memoria, bajé del altillo (literalmente, je) algunas de mis revistas Hum(R) de aquellos tiempos y encontré (recuperé, debería decir mejor), este cuentito que en aquella época se grabó a fuego en mi corazón y que nos resulta muy apropiado para compartir en un día como éste (parece largo, pero vale la pena... vamos, que es solo una carilla de la revista!!!).


Un abrazo.


El corazón de Celeste
(Aida Bortnik, publicado en el número 84 de la revista Humor de junio de 1982)

Celeste iba a una escuela que tenía doble patio.
En el de adelante, se hacían los actos.
En el de atrás era donde la Maestra las hacía parar en fila, tomando distancia y sin bajar el brazo; y sin apoyar más un pie y doblar la otra rodilla; y sin hablar. Toda la hora. Y una vez dos horas seguidas. Bueno, no eran horas, pero hubo dos recreos y cuatro campanadas antes de que las dejara volver a clase. Y las de los otros grados, que en el primer recreo se reían y jugaban casi como siempre, en el segundo recreo no jugaron nada. Se fueron parando contra las paredes y las miraban... nada más.
Miraban la fila derechita, tomando distancia en el medio del patio. Y nadie se reía.
Y cuando la Maestra golpeó las manos para indicar que se había terminado el castigo, Celeste fue la única que no se estiró, ni se quejó, ni se frotó el brazo, ni marcó el paso hasta el aula.
Cuando se sentaron, comenzó a mirar fijamente a la Maestra.
Como miraba en el pizarrón las palabras nuevas, las que no sabía qué querían decir, ni para que servían, exactamente.

Nunca había contado el castigo en su casa. Seguramente su madre habría hecho un comentario acerca de lo difícil que debía ser, para la “pobre Maestra”, lidiar con tantas desobedientes. Seguramente alguno de sus hermanos, se habría reido.
Pero lo peor era que, seguramente, la tía hubiera pensado que era una buena idea. Y los hubiera puesto alguna vez en fila a los nueve con el brazo extendido, así que nunca había contado el castigo en su casa.

Esa noche, cuando lo acostaba, su hermanito volvió a preguntar: “y cuándo voy a ir a la escuela?”.
Pero esa noche ella no se rió, ni le contestó cualquier cosa. Se sentó y lo abrazó un rato como hacía siempre que se daba cuenta de que era tan chiquito y sabía tan poquito todavía. Y apretó más el abrazo porque se lo imaginó de repente, en medio del patio, con el bracito extendido tomando distancia, con el cuerpo duro, sintiendo frío y rabia y miedo, en una fila en la que todos eran chiquititos como él...

Y la siguiente vez que la Maestra se enojó con el grado, Celeste ya sabía lo que tenía que hacer.

No levantó el brazo.

La Maestra repitió la orden, mirándola con un poquito de sorpresa.

Pero Celeste, no levantó el brazo.
La Maestra se acercó y le preguntó casi preocupada qué le pasaba.
Y ella se lo dijo.
Le dijo que el brazo dolía después. Y que todas tenían frío y miedo. Y que uno no iba a la escuela para sentir dolor, frío y miedo.

Celeste no se oía a si misma, pero veía la cara de la maestra mientras ella hablaba. Y era una cara muy rara, muy rara. Y las compañeras le dijeron después que hablaba muy alto, no gritando, pero muy alto. Como cuando uno dice un poema de esos de palabras grandes, parada arriba de la tarima, en el patio de adelante. Como cuando todas saben que están en un acto solemne y que se habla de cosas importantes, que pasaron hace mucho, pero que se recuerdan porque el mundo mejoró después de aquel día.

Y casi todas empezaron a bajar los brazos. Y después volvieron al aula. Y la Maestra escribió una nota con tinta roja en su cuaderno. Y cuando su padre le preguntó qué había hecho y ella se lo contó, su padre se quedó mirándola durante un largo rato... pero como si no la viera a ella, sino a alguna otra cosa que estaba adentro o más allá de ella y después sonrió y firmó sin decir nada.
Y mientras ella ponía el secante sobre la firma, él le pasó la mano por la cabeza, muy suavemente, como si la cabeza de Celeste fuera algo muy, muy frágil, que una mano pesada podía quebrar.

Esa noche Celeste casi no durmió, porque tenía una sensación muy extraña en el cuerpo. Una sensación que había comenzado cuando no levantó el brazo, en medio de la fila: la sensación de que algo crecía adentro del pecho. Ardía un poco, pero no era doloroso. Y pensó que , si a uno le crecen las piernas y los brazos y todo eso, lo de adentro también tiene que crecer. Pero las piernas y los brazos crecen sin que uno se de cuenta, parejo y de a poquito.
Y el corazón debía crecer así, a saltos.
Y le pareció un pensamiento lógico: el corazón crece cuando uno hace algo que no había hecho nunca, cuando uno aprende algo que no sabía, cuando uno siente algo distinto y mejor, por primera vez.

Y la sensación extraña, le pareció buena.


Y se prometió a sí misma que su corazón seguiría creciendo, y creciendo y creciendo.

7 Comments:

At 8:33 a. m., Anonymous Anónimo said...

Comencé a leer el cuento y tuve un trágico y aciano recuerdo ( sepan disculpar , como ya les dije ,este año CUMPLO 50 ).
En el colegio secundario tenía una nefasta profesora de educación física que nos hacía marchar !!!
Decía :Izquierda , derecha,
Izquierda, derecha..... ( Acentuando el quier )
Después se cansaba y solo decía quie...., quier.... , ( dejando los correspondientes silencios).
Pero no por enojada ni porque “ nos portamos mal “
Simplemente como cosa “ educativa “, ¿¡¡ Sería parte del “ programa “ de su materia. !!??
El viernes viajaba a la marcha, y vi que iba subiendo gente, y gente al colectivo. Un chico me dijo, ¿ Sabés dónde me bajo para ir a Rivadavia ?. Donde bajamos todos, le dije, El se rió, y miró el colectivo repleto. Había muchísimos jóvenes,además de viejos,bebés...
En el medio de la marcha vemos un grupo de unas 40 personas que avanzaba haciendo tai-chi, super concentrados y a uno por hora . Todos nos corríamos y ellos iban a su ritmo. Otros con megáfono al lado a los gritos “ Paredón, paredón “....
Que formas tan distintas de levantar el brazo. Me gustó.
Gracias por el cuentito, y ojalá nos animemos seguido.
Los quiero mucho.

 
At 8:25 p. m., Blogger Daniel Caserta said...

Es muy emocionante lo que contás de la marcha, Sopranito... son emociones muy fuertes...
Qué curioso que ayer nos vimos y, a pesar de haber vivido el "feriado" de un modo parecido, no hablamos nada del tema (al menos que yo haya escuchado)... será quizás un reflejo de cómo todavía hay cosas que cuesta hablar "en común"??

Confirmo que para eso también sirvió el "feriado" y que para estas expresiones también sirve nuestro blog... qué joder!! jeje

Un beso grande

 
At 9:57 p. m., Anonymous Anónimo said...

Todo es muy lindo. Yo lo primero que hacía cuando mi mamá compraba "la Humor" era leer los cuentitos de Aída Bortnik. Pero a mí la impotencia me sigue carcomiendo cual cáncer de ideas:
Los torturadores están sueltos, faltan 400 hijos por encontrar, los detenidos y luego desaparecidos nunca van a aparecer; no creo en un NUNCA MÁS y creo que somos un país que nos dejamos pisotear y meter el dedo en el cu...tis por haber permitido una "obediencia debida" y un "indulto" y se sigue votando a los mismos que iniciaron todo ese desastre dictatorial: No se olviden que la AAA nació en el '73 y se firmaron decretos cual menemista en estratósfera.
No creo ni en dios ni en la justicia ni en ningún político salvador...Adhiero a apostar a LA VERDADERA LIBERTAD.

 
At 12:52 p. m., Anonymous Anónimo said...

Qué recuerdos..., agradezco cada vez que despiertan mi memoria, otras memorias..., una maestra, Weiss la memoriosa, me trae el cunetito de Bornik y Uds. me llevan a mis trece años..., y allí estábamos treinta chicas con uniforme de gimnasia, prohibido el pantalón, prohibida la campera, la bufanda, y si nos permitíamos la camiseta para que el frío no nos helara tanto en aquel invierno, no tenía que verse el cuello, sólo debíamos lucir el cuellito de la camisa, el pullover azul escote en V, soquetes y la pollera azul, sin faltar el short debajo, esos que tenían botoncitos al costado (se acuerdan?)...
Y así la esperábamos, debíamos llegar media hora antes porque ella nos amenazaba con que pasaría a ver si estábamos, ella era la profe de gimnasia, llegaba con su fitito y su uniforme (ella si usaba pantalones), estacionaba y llegaba a nuestro lado con su pito colgando, recuerdo como la gente que esperaba el colectivo miraba azorada, eran las 7,30 hs, de todos los miércoles y allí estábamos treinta niñas sentadas en aquel escalón donde debíamos entrar todas, nadie deb
ia quedar fuera del escalón y al sonar su pito, todas de pie, todas a la izquierda en fila, sin tocarnos, sin hablar, así marchando hasta la escuela, así marchar hasta la escalera, así subir la ecalera a la terraza, de una en fondo decía.
Allí heladas, heladas de miedo y frío, algunas recuerdo que lloraban, yo sabía de tantos maltratos sentidos y oídos..., que no lloraba ya..., sentía una furia por dentro, un fuego que no me daba calor, un fuego que me decía, esto está mal!!!
Falté muchas veces, perdí la materia, también repetí el año,pero no lloraba, hoy leo a Bortnik y pienso que el corazón se me hacía grande, grande y fuerte...
La memoria me trae también, como pese a tanto dolor e indignación, tanto padecer incomprensible, lográbamos reir entre escalones, habíamos aprendido a reir sin sonido, a caminar sin sonido, a sentir sin sonido, eramos niñas silenciosas como ella quería..., la clase era otra muestra de maltratos y durezas.
Yo un día hice ruido, yo siempre hago ruido, espero que mis ex-compañeras también hayan logrado salir del silencio.
Gracias a Uds. y a ellas por compartir, todo lo compartido es mejor.
Hay algo que olvidé, el nombre de la profe...
Cariños.
Sandra Barilari

 
At 3:17 p. m., Blogger Judith C. Crosignani Y. said...

a mi este cuentito también se me pegó en el corazón... soy argentina y viví la época de la dictadura en plena adolescencia... desde el 79 vivo en Venezuela, mi país de adopción... buscando en la web este relato para colocarlo en mi propio blog, me tropecé con el tuyo y no me quise ir de aquí sin dejar mi huella... extrañas experiencias las de aquella terrible época...
nosotros leíamos la revista humor y resolvíamos humor y juegos, en el gran café de sabana grande (caracas), una vez al mes dejábamos de tomar café en la calle durante una semana para poder comprar ambas con un cortado grande... una de esas veces apareció "el corazón de celeste" que guardé como un tesoro y que se traspapeló entre tantas mudanzas... ayer justamente lo encontré entre las hojas de un libro...

el último comentario es de marzo del 2006, ojalá puedas leer este agradecimiento... saludos!

 
At 1:15 p. m., Anonymous Anónimo said...

impresionante la similitud de sentimientos que tenemos todos los que vivimos en aquella época.
El deporte y el dolor.
La marcha, quier...
El frío y el maltrato.
La Bortnik salvándonos desde la Humor...había un cuento de ella que hablaba de un tipo que se subía a un colectivo...era hermoso, jamás lo volví a ver.
Saludos!

 
At 6:45 p. m., Anonymous Anónimo said...

Yo tengo tu misma edad y guardé muchos de los cuentos publicados por Aida Bortnik en humor, entre ellos El corazón de Celeste, Cuatro fotos, Hagamos una lista y El ardor en el pecho de Yuyito. Aun los tengo y sobrevivieron a varias mudanzas tal es el impacto que produjeron en mi, Ayer le leí este cuento a mi hija de nueve años. Hermoso recuerdo
Gabriela

 

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